viernes, 19 de junio de 2009


El estrafalario nombre de Cajón de Riales, con que el vulgo motejaba Da. Nicolasa Rojas, se debía a que cuando algún indiscreto aludía a las muchas riquezas que se presumía estaba reuniendo, ella contestaba con voz quejumbrosa: apenas un cajoncito de riales, para mantener a mis animalitos, porque su casa contenía multitud de perros de todos tamaños, razas y colores.

Su oficio era prestamista, y los infelices que caían en sus garras dejaban sus objetos más indispensables a cambio de unas cuantas monedas que no siempre los sacaban de apuros.

Si cumplido el plazo que ella fijaba, no rescataban la prenda se mostraba inexorable y sacaba en pública subasta los objetos empeñados, y así era como por medio de tan inmoral comercio, unos pobres eran despojados y otros obtenían por precios irrisorios, útiles para su persona y su hogar.
Su casa estaba situada detrás de la calle de la Estación del Ferrocarril, y era la mejor y más grande de aquel barrio, la ancha puerta tenía un postigo por donde hacía sus operaciones financieras a fin de que nadie penetrara a su antro, cosa que nadie deseaba por temor a los perros.

Un mozo del Rastro, le llevaba todos los días la abundante ración, carnes para sus animales.

Todos el mundo la aborrecía igualmente que a su canina familia por el alboroto que armaban por las noches especialmente cuando había luna, los vecinos no podían dormir y un coro de maldiciones se alzaba en su honor.

Se rumoraba que traficaba con alhajas robadas, pero nadie se atrevía a denunciarla.

En una ocasión, llegaron unos titiriteros a esta ciudad y pusieron su carpa en la Plazuela de las Carretas, eran tres hombres y dos mujeres con aspecto de gitanos, un negro parecía el jefe. Una semana duró la carpa dando exhibiciones diarias, y cosa rara Doña Cajón, que nunca iba a ninguna parte asistía todas las noches a las funciones, a la salida el negro la acompañaba hasta su casa.

La última noche hasta la vieron los vecinos cenar con los “Artistas”, en un fonducho cerca de la carpa.

Al día siguiente resultó robado el Santuario de Ntra. Sra. del Patrocinio, de La Bufa, una indignación causó en toda la ciudad tan sacrílego atentado, las autoridades tomaron cartas en el asunto, pero nada lograron remediar, se presumía que los malhechores eran gentes de fuera, ya que ningún zacatecano se hubiera atrevido a despojar a su Reina de los objetos que ellos mismos le regalaban anualmente.

Pocos días después, hubo cambio de personal en el rastro y nuevo mozo no supo de la obligación de llevar la carne de la casa de Dña. Cajón, por las noches los aullidos de los perros se hacían insoportables hasta que los vecinos alarmados por aquella espantosa jauría se vieron obligados a quejarse a las autoridades ya que ni de día ni de noche cesaban los ladridos.

El espectáculo que presenciaron los curiosos que acompañaron a los policías fue horrible; en un inmundo cuartucho yacía “Dña. Cajón” cual otra Jezabel, devorada por los perros.

En un gran armario fuertemente defendido había multitud de joyas y entre ellas las robadas a la Virgen del Patrocinio, igualmente que sus vestiduras.

Todo mundo atribuyó a justo castigo del cielo la muerte horrible de la prestamista.

Desde entonces la calle se denomina “Calle de los Perros”.